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Edward se levantó aterrado de su cama. Resbalándose entre los despojos de ropa y restos de comida de la noche anterior, cayó al suelo. Pero su terror era tal que de alguna forma se arrastró hasta la puerta de su habitación cerrándola con fuerza detrás de Él.
Fue entonces que un ruido agudo, el rechinido de la madera entonó aquella madrugada. Edward jadeaba, mientras que sus manos intentaban cubrir su boca para evitar que su aliento saliera por pies. Pero entonces un golpe seco se asentó en la puerta. Aquello lo hizo soltar un chillido casi insonoro, casi. Su respiración entre cortada no pudo para más y entonces el arrebato lo llevó a vomitar.
La cosa tras la puerta acalló su devenir por un tiempo, mientras la respiración de Edward regresaba a su pecho. Por un instante se contuvo y tomó el valor para ponerse en pie. Pero no fue suficiente. Aquel vomito hediento que hasta hace poco estuvo en sus entrañas se revolcó. Y entonces la puerta se abrió de golpe, mandando a Edward de nalgas hasta el muro de enfrente.
No pudo ver nada, dejó de sentir sus piernas y su cadera. Un calor punzante se adentró entre sus muslos, devorándole la sonoridad de sus quebrantos. Aún cuando quiso no pudo correr, ni siquiera cerrar sus ojos. Aquel ente reptante de sus adentros lo apaleó. Una y otra vez, hasta meterse entre sus labios haciéndose lugar hasta sus intestinos nuevamente.
No supo más. Su cerebro se desconectó de todo y de nada.
Edward se levantó…
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