Para "Adictos a la escritura" un ejercicio
más. Juntos, revueltos y de aniversario.
Personajes: Un payaso y una sirena.
Esta vez jugué con otro estilo y otra temática, aunque
creo que mis ojos siempre ven las cosas con cierto "matiz". Jejeje.
[Imagen:
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[Una sonrisa carmesí.]
Eran las 4: 15. El teléfono sonó nervioso, o tal vez
era Yo el neurótico. Una, dos, tres veces hasta que descolgué.
− ¡Jack!
Te necesito en el Muelle Alancord. Al parecer tenemos un homicidio inusual…− de
repente la voz se cortó, al parecer la línea se cayó.
“Alancord”. No me entretuve pensándolo demasiado. Aquel lugar sucio y
despoblado, hacia casi veinte años que nadie lo visitaba. Tras encender a
regañadientes el vehículo y recorrer las calles oscuras, la neblina me acompañó
hasta dar con el hedor del puerto.
Al bajar vi a algunos colegas examinando la escena.
Docenas de pequeños recuadros enumeraban las posibles pistas. Pero la más
evidente era aquello frente a mí. Las palabras “inusual” y “homicidio” saltaron
de pronto martillándome las sienes.
Un viejo, fornido y calvo, con una inmensa sonrisa
dibujada en su rostro. Carmesí. Al acercarme y quitar la frazada sobre su
cadáver fue evidente la masacre. De la cintura para abajo, nada. “Algo” le
había amputado de un solo tajo la cadera con todo y piernas. Al mirar a mis
compañeros, su mirada me dejaba atónito. No habían encontrado “la mitad” de su
cuerpo por ningún sitio.
− ¡Ahhh! Odio
mi trabajo. – susurré para mis adentros.
Encendí un cigarrillo y lentamente me quite los
guantes de cuero, y debajo de ellos unos de fino látex. Le toqué, mi palma
sobre su frente y ahí comenzó la danza.
…
Le veía apenas, borrosamente. Aquel viejo, un pierrot,
celebraba junto a su compañía el aniversario 45. Así mismo su despedida. Su
lengua embriagada en melancolía se veía adormecida por una inmensa cantidad de
vodka.
Cuando la fiesta acabó, la tristeza seguía ahí. Sus
pies duros y apelmazados por su inmenso calzado le llevaban, cual siniestro
cadáver por la bruma de la noche. A cada tanto murmuraba algo intangible.
− Sirena… − le
oí decir en algún momento, cuando por fin el alcohol se acabó y dejó tras de sí
la botella, al levantarse del piso una vez más.
Su vista cansada le jugaba triquiñuelas. Por un
momento creí verles también. Una hermosa chica vestida de blanco nos llamaba.
Eso me empapó en miedo, pero seguí adelante; más por la duda que por la inmensa
agonía.
Sin decir más ambos cuerpos tan distintos entre sí.
Aquel adefesio, tan rancio y decrepito; tan senil y grotesco le tomó en brazos.
Aquella linda chica, tan suave, frondosa, exuberante; parecía en realidad una
sirena. Sin decir más aquellos cuerpos se retorcieron, mezclando las salivas de
sus bocas; tragándose uno al otro. Hasta que sucedió…
Sentí un líquido caliente recorriendo mi garganta, el
habla se había esfumado y en su lugar quedo un dolor agudo. Al posar mis ojos
en la chica su vestido blanco se había teñido de escarlata. No podía hacer
nada, ni siquiera observarle con los ojos abiertos.
El viejo cayó y Yo con Él. Su respiración lentamente
abandonó su cuerpo. Su mirada hacia el cielo fúnebre se acompañó por una
orquesta de sonidos guturales, inefables, intangibles.
Tras una eternidad, aquella quimera acercó su rostro
bestial; maquillado por completo del humor de vida del pierrot, volvió a
besarle. Un beso que lo drenó hasta los huesos; hasta el alma, y sus adentros.
Fue al final, cuando la muerte se avecinaba que Ella le cerró los ojos.
…
El aliento regresó a mí. Estaba envuelto en sudor
frío, y a mi lado el viejo, su cadáver. La colilla fría del cigarrillo me
contaba cuanto estuve fuera. Una palmadita suave y firme me hizo recobrar la
cordura, la poca que aún conservo.
− Inusual. ¿No es cierto? – escuche detrás de mí.
Aquella hermosa voz que siempre me despierta de
madrugada. La cual hace unas horas me invocó hasta aquí. No sabía sí llorar o
reír. Lentamente miré sobre mis hombros, esperándola con la pasión de siempre,
pero está vez me equivoqué. Al verle a los ojos enmudecí y tartamudeando apenas
dije:
− Sirena… −
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